25 novembre 2010

Ana Maria Matute Premio Cervantes 2010

Entrevistas y notas de prensa
La escritora Ana María Matute, ganadora del Premio Cervantes 2010 /   Xavier Gómez

Matute: "Nunca he movido el rabo ante nadie"

"He dado toda mi vida a eso que llamamos escribir", dice Ana María Matute ante los medios
La casa de Ana María Matute, frente a la antigua clínica Quirón de Barcelona, parece en estado provisional, llena de libros desperdigados por los suelos a causa de unas obras. La escritora recibió a este diario unos días antes de recibir el Cervantes, para repasar su trayectoria y hablar de su último libro publicado, La puerta de la luna(Destino), que son sus cuentos completos reunidos, todos menos los infantiles, que ya publicó Lumen en el 2000 con el título –"que se presta a confusión", dice ella– deTodos mis cuentos. Los cuentos de la Matute, en un solo tomo, ocupan casi 900 páginas.
¿Cuántos años lleva escribiendo? 
Ochenta, empecé a los cinco. A los 14 o 15 ya escribía novelas aunque la primera ya para publicar no fue hasta los 17, Pequeño teatro. Es una necesidad física, los años en que no escribí estaba yo fatal, lo notaba tanto... 

¿Cómo era su familia? 
Mi padre tenía una fábrica de paraguas, no una tienda como decía Antonio Rabinad –más mentiroso..–, que escribió que era una tienda en la Rambla y que yo me avergonzaba al pasar por delante. Jamás me he avergonzado de que mi padre fabricara paraguas, qué tontería, eso no es como ser narcotraficante. La guerra fue horrible: a mi padre le quitaron la fábrica, hubo bombardeos, escondimos religiosos... Desde entonces, no soy de derechas ni de izquierdas. En casa había una biblioteca muy buena, repleta de clásicos.

No pudo ir a la universidad... No me dejaron, es una cosa que tengo clavada. Luego ejercí de "alumna" por libre, teniendo de profesores a intelectuales de mi época. Por ejemplo, Juan Ramón Masoliver, gran maestro, que se preocupó mucho por mí. 

Así, ¿su "universidad" fue informal? 
Sí, a los 18 años yo iba con un grupo de gente 15 o 20 años mayor que me llamaban "el pequeño cosaco", porque todos bebían y yo la que más. De cuando en cuando decidíamos hacer una tertulia en tal o cual sitio y duraba cuatro días.

Qué hace ahora? 
Estoy a punto de empezar a escribir una novela. Es que primero las escribo por dentro, llevo pensando en ella mucho tiempo. Luego, al materializarla cambian algunos detalles, pero no lo esencial. Yo tengo ya el tema, el argumento y los personajes de mi próxima novela, pero trae mala suerte hablar de ello. Lo más difícil de un libro es el tono que le corresponde, y eso te lo dan las primeras frases, es como una melodía y hay que tenerla clara antes de empezar.

Su primer cuento se lo publicó la revista Destino... 
Sí, era revista y editorial y ahí estaban Josep Vergés, Joan Teixidor, Néstor Luján, Ignacio Agustí y dos o tres personas más. Yo temblaba como un flan el día que les traje, manuscrita, mi novela Pequeño teatro. Un día me encontré a Agustí, se sacó el sombrero y me habló de usted: "Señorita, nos ha gustado mucho su libro, ¿qué edad tiene?". Le dije que 19, y él no podía creerlo. "Pues ven con tu padre para que firme la autorización". Me pidió un cuento, El chico de al lado, que publicaron en la revista. En 1948 quedé finalista del Nadal con Los Abel, fue un honor porque el ganador era Miguel Delibes, con La sombra del ciprés es alargada. Agustí me dijo que Los Abel era más madura que Pequeño teatro, y tenía razón, tal vez sea mi peor libro pero para estar escrito a los 17 años es genial. El caso es que me guardé esa novela en un cajón y, unos años más tarde, la presenté al Planeta... y gané, en 1954.

Desde el principio obtuvo grandes premios. Sí, desde joven me los daban, pero yo no escribo para ganar premios. 

Hay quien divide su obra en libros realistas y fantásticos. 
Hasta en lo más realista que yo haya podido escribir siempre hay un toque, más que fantástico, mágico porque la vida es mágica.

De ahí el título de "La puerta de la luna"? 
Es el título de un texto de recuerdos míos de la infancia, cuando íbamos a Mansilla de la Sierra. Yo tenía una columna en Destino todas las semanas y debía rellenarla con algo. 

¿Cuándo pudo vivir de la literatura? 
Desde que me casé.

Lo ha conseguido siempre? Unas veces mejor y otras peor, con muchos problemas, pero también he encontrado gente muy buena que me ha apoyado. He pasado momentos muy malos, situaciones críticas, pero también he vivido momentos felices con personas extraordinarias que me han manifestado su solidaridad.

¿También en el mundo de la edición? 
No tengo ninguna queja. Me he llevado muy bien con mis editores, nunca he tenido un problema.

¿Los editores de antes eran otra cosa? Muy diferentes, en unos sentidos era mejor antes y en otros ahora. La relación entre autor y editor es mucho más cálida y amistosa ahora. Yo traté también a Carlos Barral, éramos la mar de amigos aunque no publiqué nada con él porque los contratos de entonces te ligaban de por vida con tu editor, que era el que siempre tenía todas las ventajas. Barral cambió ese concepto, respetando más a los autores. El otro gran transformador del mundo de la edición fue Lara.

Y Carmen Balcells? 
Yo soy muy vieja, del Antiguo Testamento, y le hablo de una época en que Balcells no era ni siquiera agente. Ella cambió luego las reglas del juego, y fue para mí un hada con su varita mágica, fantástica.

"Olvidado rey Gudú" es su gran libro... 
Era la novela que quería escribir desde niña. Decía: "Cuando sea mayor escribiré un libro que será así". Sigue ese deseo, esa gran ilusión infantil. Me ha costado pero en cierto modo no, porque lo tenía en la cabeza desde siempre. Es mi libro más vendido pero, sobre todo, el que más me gusta.

Escribió este libro pasados los 70 años, pocos escritores consiguen a esa edad su obra cumbre. 
Yo he sido un poco retrasada, ja ja. No, es que, después de mis seres queridos, la literatura es mi vida. Y el declive físico no tiene por qué afectar a la mente de un escritor. Cada mañana, para desentumecerme, hago el crucigrama de Fortuny en La Vanguardia y ya tengo el cerebro listo para todo.

Cuando creaba esa dinastía medieval, ¿se sentía Dios? 
No, ojalá. Si fuera Dios ¡uy qué mundo crearía yo! ¡Todo lleno de gintónics! Es broma, pero sí, cuando acabé ese libro, me quedé con un vacío. Sabes que no lo pierdes pero a la vez que ya no lo tienes. Me gusta ir escribiendo, redondeando las cosas...
Via La Vanguardia 25/11/2010

Ana María y la amistad

Esther Tusquets y Ana María Matute, en 1979.

Qué gozada, Ana María, participar en el jurado de un premio que merecías tanto que no hacía falta siquiera argumentar en tu favor! Ha sido el Premio Cervantes, que concede todos los años el Ministerio de Cultura a un autor de lengua castellana, y que han recibido ya escritores como Borges, Vargas Llosa, Gerardo Diego, Juan Gelman o Juan Marsé.

Ana María es demasiado conocida para que tenga sentido hablar de ella; de ella y del premio se habrá dicho ya todo lo quepa decir sobre la solidez de su obra, la gran variedad de registros que presenta a pesar de ser siempre inequívocamente personal, sobre la riqueza de su lenguaje, sobre sus éxitos, sus traducciones, las alabanzas de los críticos, los premios recibidos. Hablaré, pues, un poco de la relación que he tenido con ella a lo largo de más de 50 años, desde que inicié la editorial Lumen con una obra suya, El saltamontes verde, a la que seguirían muchas otras, de hecho la totalidad de sus libros para niños, hasta que hemos traspasado las dos las fronteras de la vejez. Una amistad sin paréntesis ni fisuras, en la que no ha habido nunca la sombra de un reproche.
Hemos vivido y compartido momentos de enorme felicidad y de pavorosa desdicha. Hemos llorado y hemos reído juntas. Ana María ha sido -y lo agradezco muchísimo- una de las personas que más me ha hecho reír, hasta saltárseme las lágrimas y quedar sin aliento. En las circunstancias más adversas o dolorosas, lo mismo Matute que la otraAna María, «mi otra Ana María, la Moix», son capaces de recurrir al humor, a menudo negro, es verdad, pero en definitiva humor.
Las veladas en la casa de Sitges, las cenas pantagruélicas y disparatadas, los dibujos y construcciones de palacios a base de los materiales de deshecho que le proporcionaban todos los chiquillos del pueblo junto con el carpintero y que recubría con kilos de purpurina, el manuscrito deOlvidado rey Gudú, que crecía sin parar en el diminuto mirador de cristal que había construido en un extremo de la sala para trabajar, las historias que nos contaba en la terraza las noches de luna, constituyen momentos inolvidables.
Ana María es generosa y, rara excepción en el gremio, no conoce la envidia. El éxito de otro escritor es para ella siempre motivo de alegría. Tampoco es dada al rencor. «La gente dice que perdona pero que no olvida», observa a veces. «A mí me ocurre lo contrario, no perdono pero olvido». Y es cierto. Puede cruzarse en la calle con un supuesto enemigo y saludarle con caluroso entusiasmo, ante el estupor del otro. Simplemente ha olvidado lo ocurrido; Ana María es fantasiosa y mentirosilla (por eso son sus historias y sus juegos tan divertidos), en el sentido de que le gusta borrar las fronteras entre ficción y realidad, y le gusta, sobre todo, asumir papeles que yo, escéptica, no me creo ni a veces me gustan. Representa con fervor el personaje de una niña -«No», rectifica, «no es una niña, es un niño»-. Un niño torpe, desvalido, mal dotado para la vida. Tal vez lo sea, a ratos perdidos, o en sus sueños, pero en realidad es una mujer madura, entera, inteligente, capaz de cruzar los mares como polizón, o de caminar sobre las aguas, si hay al otro lado del océano algo que le importe de verdad. Lo que ocurre es que son muy pocas, poquísimas (no creo que pasen de tres) las cosas que a Ana María le importan de verdad. Y esto hace que nos engañemos.
Entre esas tres cosas no estaba, claro, el Cervantes (ni siquiera el Nobel), pero hizo hace unos días unas declaraciones donde afirmaba que, si se lo daban, daría saltos de alegría (a lo mejor sí es un niño de 10 años, porque eso de los saltos...) Y cabe suponer que estará contenta. Yo también. ¡Felicidades a las dos, guapísima! ESTHER TUSQUETS ESCRITORA .
El Periódico Jueves, 25 de noviembre del 2010


Soy Feliz, enormemente feliz
Ana Maria Matute Hoy en Barcelona Yolanda Cardo

Ana María Matute, flamante ganadora del Premio Cervantes 2010, ha acudido puntual a su cita con la prensa en un conocido hotel de Barcelona. Puntual y, sobre todo, contentísima. Su rostro, siempre afable y resplandeciente, desprendía en esta ocasión la felicidad de saberse, por fin, reconocida pero, sobre todo, valorada. «En este momento puedo decirlo: Soy feliz, enormemente feliz».
«De verdad que no me lo esperaba. Sí es cierto que este año sonaba más mi nombre, pero es que en otras ocasiones también había sucedido y al final decidieron no dármelo. Pero tengo que reconocer que no he pegado ojo en toda la noche». Así ha comenzado la rueda de prensa Ana María Matute, una comparecencia animada por su peculiar sentido del humor, su afabilidad y, también, su sordera. Y es que la Premio Cervantes 2010 ha tenido que avisar a cuantos periodistas han acudido a escucharla que «no es que sea dura de oído, es que soy sorda».
Esta peculiaridad (son cosas de la edad) no ha hecho más que animar el ambiente, ya de por sí bien dispuesto a recibir con los brazos abiertos a quien hasta hoy era la eterna candidata al premio más importante de las letras españolas. ¿Y por qué ha tenido que esperar tanto tiempo? «Pues será porque pensaban que no lo merecía», ha justificado la siempre cordial y correcta Matute, hoy más que nunca señora de nuestra literatura.
Sus obras
«Uno no escribe para ganar premios. Si se los dan, es maravilloso, pero yo no escribo para ganar premios. Escribo para mis lectores, para que me lean», ha apuntado al autora de «Olvidado Rey Gudú». Un libro que, como ella misma ha reconocido, es su favorito, aunque puntualiza que «me gustaría que leyeran todas mis obras». Una obra con la que siempre ha querido comunicar una sensación de pérdida: «Desde el primer cuento que escribí hasta ahora, siempre he querido comunicar la misma sensación de desánimo, de pérdida, porque vivir es también perder cosas. Eso sí, con eso no quiero dar una imagen de pesimista, que no lo soy».
Esas sensaciones se han visto reflejadas en una bibliografía no muy extensa pero, desde luego, fundamental para entender la historia de la literatura en España. Y es que Ana María Matute siempre ha tenido necesidad de escribir libros. ¿El próximo? «Estoy en ese momento en el que lo tengo todavía en la cabeza, aunque si queréis una fecha quizá después de las fiestas. Nunca sé lo que puede durar un libro, es un misterio, como todo lo de la vida. La vida es mágica y eso también es mágico», ha explicado Matute.
Sus lecturas
La Premio Cervantes 2010 se ha pasado la mitad de su «larga vida» leyendo, una actividad que Matute considera «importantísima».«Borges decía que estaba más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. A mí me pasa lo mismo». Después de llevar media vida sumergida en la mágica experiencia de la lectura, Matute siente ahora fascinación por la novela negra, un género que acaba de descubrir y que la encanta. Eso sí, «precisamente el de "Millenium" -Stieg Larsson, con el que comparte editorial- no lo he leído. Lo que me da pena es que no me acuerdo de los nombres, pero sí de los libros. Lástima que ya no tengo capacidad para escribir novela negra».
Ese lamento también ha aparecido en su rostro al ser preguntada por sus largos años de silencio. «Los silencios nunca son beneficiosos», ha explicado. «Fue una etapa de mi vida en la que sufrí mucho, lo pasé muy mal. Pero en mi recuparción tuvo mucho que ver Carmen Balcells, que me animó a terminar "Olvidado Rey Gudú", me secuestró hasta que terminé el libro y a partir de ahí volvía ser "la Matutes"». Lejos de pasar de puntillas por tan doloroso periodo de su vida, Matute ha reconocido que «la depresión es algo muy malo, sobre todo cuando no sabes por qué viene. Yo en aquel momento era muy feliz y, sin embargo, la vida pasa factura».
Una factura que Ana María Matute no ha querido pasar a ninguno de sus compañeros de generación, de quienes se siente muy cercana («de todos», ha puntualizado, «di uno y los demás se te ponen...»), pues«éramos un grupo de gente muy unido contra la censura, la dictadura, que nos tenía oprimidos», ha finalizado la Premio Cervantes.
Día 24/11/2010 

Ana María Matute, 

Se convierte en la tercera mujer en conseguir el Premio Cervantes tras María Zambrano y Dulce María Loynaz


 Ana María Matute.- JOAN SÁNCHEZ
Ana María Matute es Premio Cervantes 2010. La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, ha sido la encargada de anunciar el nombre de la ganadora del Premio Cervantes , el más prestigioso de las letras en lengua española. Hay una regla no escrita que dice que, después de que el año pasado lo recibiera el mexicano José Emilio Pacheco, este año tocaba español.
Ana María Matute tiene 85 años y no 84 como dicen buena parte de sus biografías. "Nací en 1925", dijo recientemente a este diario. El Premio Cervantes reconoce su obra, 12 novelas y varios volúmenes de cuentos, ahora reunidos en La puerta de la Luna, desde los primeros textos de 1947 hasta 1998. "Si me dan el Cervantes daré saltos de alegría, saltos de alegría espirituales", dijo en la entrevista. Matute, una mujer fuerte de salud frágil se apoya en una muleta para andar.
Es el premio que le faltaba. Los ha tenido casi todos, dos nacionales de Literatura Infantil; el Nacional de las Letras (2007); el Nacional de Literatura y el de la Crítica por Los hijos muertos; el Nadal 1959 por Primera memoria; el Planeta 1954, por Pequeño teatro, e incluso el Ciutat de Barcelona 1966 por un relato maravilloso, El verdadero final de la Bella Durmiente.
"Nací cuando mis padres ya no se querían". Es la primera frase de su última novela,Paraíso inhabitado, quizá la más autobiográfica de sus obras. Esta historia, comoOlvidado Rey GudúAranmanothLa torre vigíaLos soldados lloran de nocheLa Trampa o tantos otros títulos, muestran su capacidad extraordinaria para fabular y conmover. Su estilo literario y su imaginación conquistan a los lectores, a veces, mucho más que a la crítica.
Fallado por primera vez en 1976 -se lo llevó Jorge Guillén- el Premio Cervantes solo contaba con dos mujeres en su palmarés: la pensadora malagueña María Zambrano (1988) y la poeta cubana Dulce María Loynaz (1992). Cada año se recuerda esa cifra y cada dos, cuando toca español, se recuerda el nombre de Ana María Matute, tal vez la única persona del parnaso literario nacional que ha dicho abiertamente que le gustaría ganar el premio.
La tendencia de los últimos fallos apuntaba al menos a que le había llegado el turno a su generación, la de los años 50, la de los niños de la Guerra Civil, un puñado de autores a la altura ya de la otra gran generación clásica del siglo XX, la del 27. Ahí están los premios a Juan Marsé, Antonio Gamoneda o Rafael Sánchez Ferlosio, los últimos españoles en lograrlo. 
El País JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS / ROSA MORA - Madrid / Barcelona - 24/11/2010









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