23 juillet 2013

El cliente como colaborador, y otras ideas de Manuel Aguilar


El editor Manuel Aguilar (que creó la editorial que lleva su mismo nombre) escribió en 1963, al cumplirse 40 años de la fundación de su editorial, su autobiografía Una experiencia editorial. Sólo poseo de ella la edición del cincuentenario, en el divertido formato Crisolín (Aguilar, Madrid, 1972, 2 vv., en la imagen superior). Pero ésta es buena sólo para coleccionistas. Es mucho mejor leerla en la otra existente (Aguilar, Madrid, 1964), si es que se puede encontrar, claro.
El librito no tiene desperdicio, y he entresacado algunas de las cosas que dice, que creo que tienen aplicación no sólo para la edición papel, sino también para la digital (págs. 642-4). Empecemos:
Bajo la palabra libro, nos hemos acostumbrado a vincular cosas tan dispares como un estudio sobre los plásticos, las obras de Platón, las aventuras de Sherlock Holmes, la Guía de pecadores, un tratado de anatomía y un libro de cocina. Todos esos volúmenes tienen que estar reunidos en las librerías o en semejantes puntos de venta.
Parece obvio, ¿verdad? Y sin embargo cuántas veces se olvida… Leyes del libro, procedimientos comerciales, aventuras editoriales tienen que lidiar con productos muy heterogéneos.
En el catálogo de la empresa editorial [los libros] forman un conjunto que para su explotación ha de ser individualizada. Quiero decir que cada colección, y dentro de cada una de ellas cada título, requiere para su difusión un método comercial distinto.
¡Cada título, un método de explotación distinto! Tal vez la gestión digital de promoción/venta (tanto de ebooks como de libros normales) pueda ahora hacer más eficaz esta atención individualizada…
Los catálogos se distribuyen generalmente al azar. Ignoramos si la persona a cuyas manos llega encontrará el libro que específicamente le interesa o lo examina con la vaga esperanza de encontrar en él algo inesperado que despierte su interés o su curiosidad.
He aquí , perfectamente planteado, el problema de lo que hoy se llama descubribilidad, o su simétrico encontrabilidad.
Hay que buscar cuidadosa y pacientemente a quién interesa, o mejor, aquién puede interesar, determinado libro o colección, y ofrecerlo. Cuando esto ocurre, el cliente tiene la impresión de que hemos pensado por él, de que conocemos sus gustos y sus necesidades y queda convencido de que, más que vender un libro le hemos prestado un servicio.
De nuevo, frases para ser inscritas en los muros de editoriales y librerías: descubrir a quién puede interesar determinado libro, y más que vender un libro, prestar un servicio.
Esto requiere, desde luego, una organización minuciosa, complicada y costosísima; pero a mí, a lo largo de mis 40 años de editor,  me ha dado excelentes resultados, y muchos de mis clientes se han convertido en excelentes colaboradores que han encauzado y perfeccionado mis iniciativas o me han sugerido otras que me ha sido de gran utilidad.
Como complemento perfecto de la información que se proporciona al público, la que se recibe de él: el cliente como colaborador.
Lo dicho: una constatación perfecta de cómo el oficio de editor, bien entendido, se enfrenta constantemente a idénticos retos…
Por cierto, sobre la editorial Aguilar, recomiendo el libro de María José Blas Ruiz, Aguilar. Historia de una editorial y de sus colecciones literarias en papel biblia. 1923-1986(Librería del Prado, Madrid, 2012; de hecho sólo se puede comprar en esa librería). La autora tiene un útil blog sobre el mismo tema: Antigua editorial Aguilar.

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